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Bodega Ardosa, Madrid

Estoy empezando en el mundillo de las acuarelas y me llamó la atención ESTA de @alfonso_acuarela.

Lo que no sabía es que este local, desconocido para mí, tenía tanta relevancia en el imaginario popular de Madrid.

Antes de empezar a contaros el rollo, vamos a fijarnos en lo que más nos llama la atención. Su fachada colorida, con ese toque antiguo, o como lo llaman ahora vintage. Estamos acostumbrando nuestra vista a que todas las calles de no importa qué ciudad se vayan asimilando las unas a las otras. Clones en todas partes de calles que en su día tenían una estética bien diferente, digamos que con un regusto más caótico. Todo tipo de cartelerías, colores, rótulos, letras, azulejos, baldosas o farolillos hacían las delicias de los paseantes.

Restos de esta estética peatonal nos transportan mas de cien años atrás en la calle de Colón, Nº 13 de Madrid. Es en 1892 el año en que Rafael Fernández Bagena funda las bodegas La Ardosa. El nombre de La Ardosa corresponde a lugar de Toledo de cuyas viñas comenzaba a proceder el vino importado a la capital española.

Como datos curiosos, no sólo el vino tiene lugar en este local, ya que fue una cuna importante de los paladares cerveceros. Las primeras cerveceras europeas estaban en contacto con La Ardosa para que esta representara y distribuyera sus variedades. De hecho, abre el paso a la importación de cervezas checas como la conocida Budweiser.

El local protagonista de este escrito conserva como elementos originales su zócalo de azulejos, el rótulo de cristal grabado y el ventilador. Si seguimos hablando de cosas vintage, también conserva el grifo más antiguo de Guinnes.

La Red Ibérica en Defensa del Patrimonio Gráfico se fija en este tipo de establecimientos para poner en valor sus elementos característicos y que no caigan en las garras de la modernidad. Todos estos locales cuentan un poquito de la historia de cada ciudad y no deberían caer en el olvido, por ello su conservación y mantenimiento son muy importantes si queremos entender la evolución de la estética urbana de nuestras calles. Además, reconozcámoslo, si este tipo de locales fueran reformados, perderían todo su encanto.

Si quieres posturear un poquito con alguna foto en tus redes con tu copita de vino o cerveza y quieres dar el toque cultureta, que sepas que este tipo de fachadas muestran el tópico del casticismo madrileño. Ese aire castizo que se reivindica en el siglo XVIII como defensor de las costumbres de la capital española de clase obrera, sus usos, sus costumbres y su folclore local.

Y ya para terminar el dato más importante, estoy leyendo que su tortilla de patata es la repera, así que no tendremos que quedarnos únicamente en pintar su fachada, sino que habrá que ir a hacer alguna consumición.

Aquí está mi humilde acuarela con mucho que mejorar. Pero lograré hacerlo mucho mejor.

El pintor de Flandes, Rosa Ribas

El armazón de esta novela es la pintura de la Degollación de San Juan Bautista y banquete de Herodes. Este cuadro es real y se encuentra expuesto en el Museo del Prado.
Gracias a la creación de la pintura en El pintor de Flandes, se nos van contando las aventuras que viven su protagonista, Van Dick; el conde de Villamediana y sus sirvientes; diferentes personajes de la Corte y de la realeza…

Degollación de San Juan Bautista y banquete de Herodes, Strobel el Joven.

Al principio, el protagonista, Van Dick, no me gustó nada. Afortunadamente, una gran evolución en su personalidad se desarrolla a lo largo de la novela.
Complejo de inferioridad, siempre comparándose negativamente, inseguridades, deseos banales como el éxito y la fama, empequeñecido, dependiente… Por suerte, todo ello va quedando a un lado cuando nuestro protagonista pintor va desarrollando su obra. A medida que pinta y avanza en su cuadro, también se va fortaleciendo su personalidad.

Por otro lado, gracias al proceso de elaboración de la pintura, conocemos gran cantidad de personalidades de la época barroca en España y entramos en contacto con la pintura flamenca de la época. Arte e intriga palaciega se dan la mano para traernos esta buena lectura de entretenimiento.

No es nada nuevo novelar aventuras palaciegas con base histórica, sin embargo, los detalles que tiene Rosa Ribas a la hora de narrarlo comportan muchos puntos de originalidad en cuanto a contenido. Además, logra hasta el final de la lectura mantener el suspense acerca del objetivo de pintar La degollación. No me pareció nada intuitivo ni previsible, casi todo lo descubrí en cuanto lo leía y no antes. Así que en ningún momento te aburre y te mantiene en toda ocasión atento.

El único pero es que al principio la redacción es un tanto tosca al intercalar tiempo pasado y tiempo presente, sin embargo, a medida que avanza uno en la lectura, la autora va puliendo la técnica y se vuelven mucho más claros los tiempos de la narración.

Es tan vivo cómo se cuenta el proceso de creación del cuadro, que yo no necesité hasta las últimas hojas buscar la foto del lienzo de La degollación de San Juan Bautista y banquete de Herodes. Fui recreando en mi imaginación cada parte del cuadro que se describe. Y creo que es así como ha de leerse, esperando casi al final a buscar la foto del lienzo original. A mí me sorprendió que, lo que yo imaginé a lo largo de la lectura, se correspondía en su gran mayoría con el cuadro real.