La mayor parte del contenido está duplicado en el podcast de las hermanas y doctoras Molina, De piel a cabeza. Creo que es mucho más ameno escucharlas a ellas que leer este libro.
A pesar de la cantidad de gente que leí en Instagram que decía que era una lectura super entretenida y rápida, yo tardé un año en acabarlo. Tenía las expectativas muy altas por todos los comentarios positivos que encontré en esta red social. Pese a ello, se me atascó y muchos libros entre medias me llamaron mucho más la atención.
Si bien es cierto que gran parte del contenido hace que uno aprenda acerca de sí mismo, en lugar de leer el libro accedería a las mismas ideas a través de su podcast.
Leer a Irene Vallejo ha sido magia. El género del ensayo lo solemos asociar a algo denso, sesudo y aburrido. Sin embargo, El infinito en un junco es de todo menos aburrido. Cuenta el principio de nuestra historia recorriendo la evolución de la escritura y de su soporte por excelencia, el libro.
El mundo de las bibliotecas resulta maravilloso en sus palabras y, al igual que en estos espacios, multitud de anécdotas y de nombres quedan protegidos entre sus páginas. Me gustó que rescatara tantos nombres de mujeres y que les diera su lugar en la historia.
La labor de documentación que hay detrás de este libro es encomiable. Y me encanta que haga llegar tantos conocimientos a los lectores de una forma didáctica, amena y alejada del academicismo que se respira en las tradicionales clases de historia o de lengua.
Son muchísimos los datos que refiere y que por vez primera leí gracias a Irene. Cantidad ingente de hechos que se han abierto paso gracias a la forma tan sencilla en que nos lo traslada. Más de quinientas páginas de carga histórica de las que no te apetece dejar de empaparte. Te aseguro que eso no es nada sencillo. Es dificilísimo hacer que lo complejo se vuelva algo asumible por cualquiera. E Irene Vallejo lo logra en El infinito en un junco. Logra que no importe quién se interese en nuestro pasado. Un pasado maltratado por el paso del tiempo al atribuirle las características de aburrido, pesado, sin sentido, sin utilidad, tedioso, bárbaro e inferior. Y esta mujer barre de un plumazo todo ello para hacer de la historia de los libros, de las bibliotecas, del pensamiento, de la escritura un ámbito más del divertimento, de lo atractivo, lo entretenido, lo interesante, lo genial, lo excitante, lo apasionante y lo maravilloso que es explorar nuestro pasado lector.
Enhorabuena a Irene Vallejo. Todos los premios recibidos gracias a su trabajo en este ensayo son más que merecidos.
Mi mayor reconocimiento, haberte regalado a mi mamá para sacarla de su parón lector y haberlo logrado.
Las mujeres que aman demasiado es el primer libro de autoayuda que comienzo y que acabo. La terapeuta Robin Norwood analiza lo que hoy en día llamamos tipos de relaciones tóxicas.
Busca un patrón en todas esas relaciones en las que la interacción entre ambos miembros es perjudicial para ambos y para su entorno.
A lo largo del libro, mantiene en todo momento el paralelismo con el proceso de enfermedad de un alcohólico, de esta manera se reafirma en que amar demasiado es una enfermedad.
En sus páginas describe múltiples ejemplos de mujeres que sufren en sus relaciones y, generalmente, ahonda en su pasado para demostrar que su infancia y su relación con sus padres desemboca en no saber relacionarse con los hombres en el presente.
Además, una vez narrado el ejemplo, lo analiza desde el punto de vista terapéutico.
Es curioso que también muestra el punto de vista de varios hombres que forman parte de esas relaciones tóxicas.
Todo ello sirve para tener una buena batería de ejemplos a la hora de reconocer una mala relación.
Finalmente, da una serie de pautas para trabajar el amor propio y poder identificar y salir de las relaciones que a uno le hacen mal.
A pesar de estar escrito en 1985 todo lo que analiza es de una actualidad desbordante, pues las relaciones humanas siguen siendo las mismas y con los mismos males.
El sesgo que le veo es que yo apliqué la lectura a las personas en general. No hice distinción entre hombres y mujeres porque todos tenemos comportamientos dañinos para los demás. Además, muchas personas están condicionadas por las familias desestructuradas a las que pertenecen, independientemente de haber sido niñas o niños.
Por otra parte, las mujeres que acuden a terapia con la autora, muchas de las veces, cuentan casos extremos o de gran brutalidad. Si bien es cierto que hay miles de personas sufriendo abusos y maltrato por parte de sus parejas, en el libro parece ser la tónica y confío en que en la realidad no se den tan asiduamente situaciones de manipulación, violencia, maltrato físico y verbal, abusos, drogas, dependencia y un largo etcétera de miserias.
Lo increíble que tiene este libro es que en todos los ejemplos, aunque a veces sean extremos, siempre se te viene a la cabeza una persona que encaja con ese ejemplo. Todos conocemos a alguien que es dependiente, a alguien que da demasiado, a alguien a quien manipulan… En definitiva, a alguien que está con la persona equivocada y a quien nos gustaría hacérselo ver. De hecho, en más de un ejemplo, uno mismo como lector se reconoce en algunas de las escenas que se relatan. Y esa es la gracia del libro, que descubres como lector elementos tóxicos y dañinos en tus propias relaciones pasadas y presentes tanto con parejas como con amigos, familiares, compañeros, follamigos… En definitiva, podemos reconocer las relaciones humanas con muchas de sus miserias.
Recomiendo la lectura aunque es un poco complicada, sobre todo cuando te ves reflejada en alguna de esas relaciones que te parecen extremas y que no puedes creer que también te hayan pasado partes de ellas a ti.
Antes de que se enfríe el café comprende cuatro historias que se articulan bajo el mismo escenario: una cafetería que te permite viajar en el tiempo bajo una serie de normas.
La primera narración de esta obra de Toshikazu Kawaguchi se titula «Novios», aunque yo la titularía «El egoísmo de aquellos que quieren salirse con la suya a cualquier precio».
Joven con éxito a nivel profesional y personal es «abandonada» por su novio. Entre tú y yo, es una repelente, consentida, sabelotodo y caprichosa que hace del personaje alguien insoportable y maleducado. Esta joven se piensa un par de veces las normas para viajar al pasado, con todo, acepta el riesgo de hacerlo. Eso sí, quejándose de todo y fastidiándole todo.
Una de las normas del viaje dice que nada va a cambiar en el presente. Pero para mí cambia todo. No puedo destripar la historia. Pero la propia regla que pone el autor para articular la historia, es incumplida. Cambia por completo la dirección de la relación con su novio tras volver a tener la conversación que tuvieron en el pasado.
Entonces yo creo que una de las cosas por las que el libro no me cuadra y la historia me parece insostenible es porque no cumple con un principio de coherencia. No hay continuidad entre las normas y los hechos sucedidos.
A lo que iba. ¿Por qué lo considero egoísmo puro?
Porque la protagonista de esta primera historia en ningún momento quiere volver al pasado para pedir perdón, para intentar enmendar algún error que haya tenido o para cambiar algo que haya hecho mal a su chico. Ella solo quiere viajar al pasado para sí misma.
Primero, porque le da morbo lo del viaje y no se cree del todo que sea verdad. Luego, para decirle cuatro cosas a su novio. Más tarde, solo por verlo una vez más. Después, para retenerlo junto a ella sin importar lo que él pueda decir, sentir o pensar.
Vamos, que es un dolor de tía y todo tiene que girar en torno a ella.
Normalmente las historias de viajes al pasado suponen algún aprendizaje, se enmiendan cosas que se hicieron mal, se intenta arreglar algún desatino… Pero aquí no.
A mí este libro no me cuadra. La segunda historia es sobre un matrimonio que sufre las consecuencias del Alzheimer. No me resultó creíble la historia y volvemos a tener un personaje que resulta desagradable con la personalidad tan chunga que le da el autor.
La historia de las hermanas, que es la tercera, es que es desesperante. Porque menuda hermana más gili******. Y pretende en un viaje al pasado recomponer toda una vida jodiendo a su hermana con una mala educación y una manera de ser mala que telita marinera.
La última historia, la de la madre y la hija. Pfff.
No entiendo el éxito de este libro, la verdad. Como obra de teatro tiene que ser una pasada. Pero es que vamos, a mí estos personajes me robaban la energía. Y eso que soy lectora, no me quiero encontrar a nadie así en la vida real. Al final el tema de mejorar el alma de cada uno está muy bien. Pero a mí que no me den a leer esto otra vez que me anula las energías. Qué personajes más egoístas.
Las intrigas palaciegas se desarrollan en torno a las maniobras políticas que impone el cabeza de familia en su ciudad y que acabarán poniendo en peligro de vida o muerte a su clan.
Mientras, la muerte del hermano de Lorenzo, Giuliano, servirá como pretexto para adentrarnos en las prácticas de la familia Médici y también para acercarnos un poquito a la obra de Botticelli.
Las obsesiones amorosas de Giuliano llevarán a la perdición a esta familia tan poderosa y, para que el lector sea consciente del lado oscuro de las pasiones, Barbara Frale narra todo el contexto que necesitamos para reconstruir el asesinato de Giuliano, hermano pequeño de Lorenzo de Médici.
Frale, nuestra autora, se basa en datos históricos que ficciona para dar a la novela una narración fluida llena de intrigas señoriales.
Su trabajo en los Archivos Secretos del Vaticano le permite tener información de primera calidad que contrasta con multitud de datos históricos. Esta carga histórica mantiene su esencia en La conspiración Médici, aunque la parte de los amoríos de Giuliano acabe siendo un pretexto para desarrollar ese historicismo.
Digo a viva voz que no me gustó nada que a través de una violación se justifique la forma en que una mujer se enamora de Giuliano. No me gusta porque se muestra todo el cortejo del hombre y Giuliano acaba jugando mil cartas para conquistarla y, al final, es a través de la dominación y de la violencia cuando ella engendra amor hacia él.
Este abuso es una licencia literaria, al igual que el resto de maniobras de cortejo de este personaje, y es justo con la forma violenta con la que consigue culminar el fin de su obsesión. Saciar sus ansias carnales en esa mujer.
Parece que el mensaje es que si una persona domina a otra en contra de su voluntad y de forma violenta esa persona quedará prendada y enamorada de él. Y eso no es así.
Luego se planea otra violación con pelos y señales que, además, rompe los lazos de amistad con el marido de esa mujer. Todo está completamente validado para poseer el cuerpo de ella. Totalmente repugnante. Porque son hombres con mil cartas para llevar a cabo un cortejo y se les acaba poniendo como única vía posible la violación de la mujer amada. Y no me vale que es que muestra la mentalidad de la época. Porque dar un escenario a los matrimonios de conveniencia sí que es mostrar la tradición de la época. Pero las licencias literarias se basaron en violaciones «justificadas» de las que se pudieron prescindir por completo en la narración, además de desagradable, resulta denigrante hacia la mujer. Parece que cualquier contexto, sea real o de ficción, es justificable a la hora de abusar de una mujer.
La relación entre hermanos se basa también en la dominación. Puesto que Lorenzo utiliza a su hermano como una ficha más en su política.
Las relaciones entre las diferentes familias se basan en lazos en los que se pretende tener más poder y, por ende, poder dominar más territorios.
La rivalidad entre los Médici y los Pazzi también busca subyugar al otro.
La política se basa en que Lorenzo de Médici somete al resto de políticos.
El control de las empresas, de las mujeres, de las familias, de las leyes y de toda Florencia es el vórtice de problemas de este libro.
Está muy lograda la narración de los hechos históricos de la familia Médici en el Renacimiento y la reconstrucción de la siniestra muerte de Giuliano de Médici. Sin embargo, algunas licencias literarias intentan plasmar bajo la excusa de «la mentalidad de la época» unas actitudes que bien se ve en la obra que podrían haber seguido a otros derroteros o, incluso, haberlo eliminado.
El final deja claro que Lorenzo es un hombre de poder que impone su voluntad. Mi conclusión es que el poder corrompe, te hace perder tu parte humana y humanitaria y que Lorenzo no aprendió nada con la muerte de su hermano aunque se plantee un final abierto que se puede interpretar como esperanzador.
Adoración de los Magos, Sandro Botticelli. Imagen de Wikipedia
He de decir que la opinión no va a ser objetiva porque todo lo que tenga que ver con la reina de Escocia me encanta.
Hace cuatro años vi una serie que se llama Reign y que cuenta la historia de Marie Stuart. Tanto me encantó que, cuando vi el título de María Estuardo, me dije que tenía que leerlo sí o sí.
La obra teatral desarrolla el cautiverio de la reina escocesa con gran dramatismo. Es fantástico cómo en un mismo personaje se dejan ver la tranquilidad, la resignación, la frustración, la inquietud y la explosión de grandeza de acuerdo a su posición.
Por otra parte, me gustó mucho asistir al personaje de la reina de Inglaterra, Isabel. Sus dudas, sus inseguridades y sus arrebatos quedan caracterizados extraordinariamente.
Los otros personajes no llegan ni de lejos a la categoría de las reinas. Para mí, no hay ninguno con fuerza suficiente como para llenar un escenario, así que van a depender siempre de la presencia de la realeza.
Me gustó mucho este breve acercamiento teatralizado a una parte de la vida de María de Escocia llena de oscuridad y de justicia bastante controvertida.
Si alguien sabe de alguna obra con la que seguir ilustrando mi interés por Marie Stuart, soy toda oídos.
Es completamente necesario empezar la reseña de Caperucita en Manhattan con la siguiente palabra: ¡Miranfú! Se trata de una palabra inventada por la joven protagonista de esta novela de ficción, la cual viene a decir «va a pasar algo diferente» o «me voy a llevar una sorpresa».
Nuestro personaje principal se llama Sara Allen y es tan lista e inteligente que, sin conocer Manhattan, logra plasmar todo un recorrido por este barrio con todo lujo de detalles. En algún que otro momento llegué a pensar que la autora, Carmen Martín Gaite, valiéndose de un plano que otorga a Sara, escribe para siempre sus rincones favoritos de Manhattan para que nunca se le olviden sus calles y sus paseos en «el jamón» de Nueva York. Sería genial que cada ciudad que nos llegase al corazón nos lograra inspirar una historia que consiguiéramos articular de tal manera que nunca se nos olvidaran nuestras idas y venidas en ese lugar.
El principio del libro me pareció súper aburrido. Niña inteligente con ganas de comer el mundo encorsetada por una madre tradicional a la que le da miedo todo y su mundo gira entorno a las tareas del hogar. Más padre completamente desentendido de la casa que con ir a trabajar ya lo tiene todo hecho. Súmale a eso un matrimonio sumido en la rutina y en el hartazgo que no hace más que discutir.
Afortunadamente, la abuela, Gloria Star, da la pizca de chicha que necesita el libro para que no lo abandones a los tres capítulos de empezar.
El novio de la abuela, Aurelio, me quiso recordar a Pepe el Romano de la obra teatral La casa de Bernarda Alba. Cabe descartar que el parecido no me viene del personaje, sino de los sentimientos de la protagonista hacia él. Sara no conoce a Aurelio, de hecho, no aparece en la novela. Sin embargo, nuestra Caperucita le profesa una devoción y un querer dignos de cualquier amor platónico.
La tarta de fresa que va en el cesto de nuestra Sara-Caperucita es el objeto «mágico» que toda novela de ficción necesita para que funcione la trama. A pesar de ser un dulce tan goloso, a mí llega un momento en que se me atraganta y me acaba empachando. Creo que la obsesión de varios personajes por los dichosa tarta hace que la acción se vuelva lentísima e, incluso, aburrida.
Y este es el punto al que estaba deseando llegar y con el que no sabía si empezar o acabar esta pequeña reseña. Carmen Martín Gaite hace magia con sus líneas. Solamente por el capítulo en que Sara Allen y la «vagabunda» Miss Lunatic se toman un chocolate, este libro vale su peso en oro. ¡Qué conversación…! ¡Qué fuerza..! ¡Qué impresión el intercambio de palabras que mantienen…! Me quedé totalmente eclipsada con la conversación entre esta niña y está anciana. Y, perdonadme si me repito, pero solamente por este capítulo, ya merece la pena la lectura al completo.
Con este buen regusto sin tarta de fresa, os recomiendo la lectura de Caperucita en Manhattan y que sintáis la magia de la Libertad en Central Park.
Almendra me quiso recordar al tópico existente acerca de la violencia en las representaciones artísticas asiáticas literarias o cinematográficas. Exceso de violencia, de sangre y explicitud de hechos que se podían velar un poco.
Obviando el cliché de la violencia morbosa, a mí me rompió todos los esquemas. Estuve todo el rato inmersa en la historia y no logro entender cómo una narración a través de un protagonista incapaz de decodificar sentimientos y emociones pudiera provocar tanto en mi interior.
La alexitimia condiciona la vida de la familia de Yunjae. La incapacidad de sentir de este adolescente hace que los demás se vuelquen a su alrededor y quieran mostrarle su mejor yo. Los esfuerzos por comprenderlo y por que él comprenda a los demás no solo proceden de sus familiares, habrá otras personas que se cruzarán en su camino y que lo marcarán. Lo curioso es que, si él sintiera miedo o rechazo, no se acercaría a más de uno de ellos. Pero como no es el caso, la historia se desarrolla de forma que uno, como lector, es capaz de llegar a comprender a una persona que padezca alexitimia. Porque, aunque no haya sentimientos ni emociones registrables, la historia de Almendra se basa por completo en la empatía.
No me enganchó y no sé por qué. Es la primera vez que leo una adaptación de un guion cinematográfico y no quiero achacárselo a eso. Sin embargo, la historia es totalmente predecible, incluido el dramático final. Los personajes son todos iguales, estudiantes elitistas cuyas familias esperan lo mejor de ellos sin tener en cuenta sus aspiraciones o deseos y todos tienen sus frustraciones. El bravucón, el enamorado, el chivato, el empollón… Quitando a Todd, a quien se le ve una evolución, todos los caracteres son planos. Además, el profesor Keating, quien aparenta ser el personaje más logrado en cuanto a exaltación de la autenticidad, de reivindicación del yo o de la máxima del carpe diem, deja bastante que desear en el capítulo en el que, sin venir a cuento, les proyecta a los alumnos fotografías altamente sexualizadas… Destila bastante machismo esta historia y este episodio no es aislado en cuanto a cosificación de la mujer.
He de decir que valoré mucho el punto en que se plantea la diferencia entre salirse de las normas, vivir el momento y ser uno mismo frente a faltar al respeto, hacer mal a los demás o tener actitudes de desprecio u ofensa. Uno puede mantener su esencia y seguir su camino sin necesidad de caer en lo reprochable.
Finalmente, me quedo con el personaje de Todd. Además del progreso que mencioné antes, la evolución de la timidez hacia la lealtad férrea y el sentido de la justicia le dan mucho valor a su actuación.
Para terminar, me decanto por la película. La recomiendo antes que el libro.
Ha sido una lectura increíble. Reconozco que al haber visto la película hace unos años ya tenía el sesgo activado, aunque he de decir que no afectó casi nada a mi vivencia de esta historia.
Yo interpreté Un monstruo viene a verme como un viaje de introspección ante la enfermedad de un ser querido. Y no solo un niño actúa así ante una situación difícil. Todos en algún momento hemos querido mirar a otro lado, hemos querido creer, hemos querido encontrar cualquier alternativa… No hemos sabido gestionar nuestras emociones, no hemos sabido poner nombre ni verbalizar todos aquellos pensamientos que nos rondan, que nos quitan el sueño y que hasta nos asustan.
Muchas veces la ansiedad, la angustia, la presión, la tensión, el estrés… Nos ahogan y toman forma en nuestro subconsciente. El mundo de los sueños se vuelve realmente tangible. Hasta llegar el momento en que uno se planta cara a cara frente a la verdad y, al asumirla, comienza el proceso de sanación, de autocuidado, de recuperación de uno mismo.
En la novela, los saltos entre el mundo de los sueños y la realidad son muy bruscos, incluso a veces, algo torpes. Independientemente de ello, no creo que se vea interrumpida en ningún momento la lectura. Incluso esa «torpeza» ayuda a recrear aún más ese escenario que vive aquella persona que actúa de cuidador sin recursos para aliviar al enfermo.
Recomiendo totalmente esta lectura, a pesar de que muestre la cara más humana del ser humano.