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Gare du Nord y la Maison Fond

La Estación del Norte de París, Gare du Nord, es la más importante de todo el Hexágono y supone una de las más grandes a nivel mundial gracias a sus más de 200 millones de pasajeros al año. Ante tal dato, es de suponer que preste servicio a todo tipo de líneas, alta velocidad tanto nacional como internacional, media distancia, regional, cercanías y también conecta con el metro y el servicio de autobuses.

Respecto al majestuoso edificio que supone esta transitada estación, es obra del arquitecto Jacques Hittorff. Fue inaugurada en 1846, sin embargo, pronto se quedó pequeña, demoliéndose parte de ella y trasladándose su fachada en 1860 a Lille.

Otra de sus remodelaciones para adecuarla a las nuevas necesidades data de 1865. Además, la adornan 23 estatuas que representan las ciudades a las que llegaban las líneas de tren de esta estación. Rondan los cuatro metros, para que os hagáis una idea de lo grandes que son.

En 1884 ha de volver a reformarse ampliándola con cinco vías más. Con el añadido de que en 1906 se completa con el servicio del metro (líneas 4 y 5). Lo último que vamos a apuntar en este pequeño paso por su cronología es que en 1975 la estación Gare du Nord fue declarada Monumento Histórico de Francia.

Finalmente, el toque cinéfilo lo ponemos con escenas de películas y series que fueron grabadas en este edificio: El caso Bourne, Ocean’s Twelve, Las vacaciones de Mr. Bean o Gossip Girl.

A las afueras de la Gare du Nord, en su parvis, nos damos de bruces con una alegoría del calentamiento global, la Maison Fond del artista argentino Leandro Erlich. Si hacéis un poco de memoria, no es la primera vez que un artista nos presenta un objeto de nuestro día a día «pasando de estado sólido a líquido». Salvador Dalí en 1931 ya nos mostraba unos relojes blandos y deformados en La persistencia de la memoria.

Volvemos al 2015, año en que se inaugura esta curiosa casa delante de la Gare du Nord, la cual, como ya dijimos antes, además de hacernos reflexionar sobre el cambio climático también alberga un juego de palabras con el que se nos sensibiliza sobre el legado que estamos dejando a las generaciones futuras. «Maison fond» suena casi igual que «Mes enfants» (mis hijos).

Como vemos, París está lleno de arte e historia y sus estaciones no iban a escapar de esta carga cultural.

Para Sandra. La gallega con la que tengo pendiente una escapada para llevar siempre en el recuerdo. (Atención. Se hace saber que sólo yo la puedo llamar gallega).

El Nautilus en el metro de París

La estación Arts et Métiers es el submarino de la línea 11 del metro de París.

La decoración de esta parada de metro es similar a este medio de transporte marítimo y parece que nos sitúa en el interior del Nautilus, el submarino de ficción creado por Julio Verne para sus novelas Veinte mil leguas de viaje submarino y La isla misteriosa.

Es inaugurada en 1904 y, en 1994, es rediseñada con esta peculiar decoración ligada al Musée des Arts et Métiers, concretamente por el bicentenario de este último.

Por si no lo sabéis, todas las fotos que pululan por este blog están hechas por mí. Y yo tenía una foto de la estación pero no la encuentro por ninguna parte. Así que tomo una de Flickr para uso no comercial y así os hacéis una idea de cómo es la estación.

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Más de 800 planchas de cobre, papeleras y asientos de metal componen esta recreación del submarino del Capitán Nemo. Además, para no entorpecer el ambiente, en esta estación no encontrarás carteles publicitarios. Y para dar credibilidad a la escena, ventanitas de ojo de buey exponen viejos y nuevos inventos que se podrán apreciar en un entorno más cultural en el Musée des Arts et Métiers.

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Este museo se encuentra a la salida de la estación y hace un recorrido por la historia del hombre en cuanto al desarrollo y los inventos. Siete son los temas que toca: instrumentos científicos, materiales, construcción, comunicación, energía, mecánica y transportes

De lo que más me llamó a mí la atención en este museo fueron las maquetas para construir la Estatua de la Libertad. Ya sabemos que fue un regalo de los franceses a los Estados Unidos.

Tiene una exposición de bicicletas super especial donde te ves transportado al siglo XIX. Sólo te falta hacerte con un bigote y un bombín, los filtros en blanco y negro ya los puedes poner en tu cámara.

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En la escalinata central del museo hay un super murciélago. Y es que presidiendo la estancia encontramos sobre nuestras cabezas la primera máquina voladora. Se trata de un aeroplano diseñado por Clement Ader y también es llamado «El vuelo del murciélago a motor».

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Clement Ader fue un variopinto inventor en los campos de la electricidad como transmisora de sonidos y en el transporte por carretera. Al final, deja todo esto de lado para dedicarse a lo que más le apasiona: lograr vencer la fuerza de la gravedad. Para ello se inspira en el vuelo de las aves, por ello pasa a investigar el campo de la «navegación» aérea.

La primera máquina voladora que inventa es el Éole I entre 1882 y 1889. No salió bien el tema de despegarse del suelo y, tras varias modificaciones, crea una segunda máquina aérea. ¿A que no sabéis cómo se llama? Pues a ver, era ingeniero, no escritor. El Éole II. Tampoco tiraba aquello y construye la tercera máquina voladora, que es la de la foto anterior. La que está expuesta en la escalinata de este precioso museo. Se llama Avion 3 (la originalidad en cuanto a nombre no era lo suyo), tiene tres ruedas como puntos de apoyo sobre el suelo, mide 16 metros y pesa 258kg. Yo con ese peso y viéndolo… Me da que no vuela. Así, ya de lejos… Pero seguimos con su descripción. Dos motores a vapor tenían que empujar unas hélices de cuatro aspas y, las alas tan chulas que veis, son de tela de seda y tallos de bambú. Que no, que pa mí esto no vuela.

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En octubre de 1897, en un día de condiciones meteorológicas adversas (claro que sí, campeón), deciden hacer despegar esta maquinaria. Recorre unos cuantos metros cogiendo velocidad, logra despegarse del suelo… Y… Como era de esperar, un revés del viento lo vuelca, destrozando las alas, las ruedas y las hélices (poco me parece viendo lo visto…)

Hasta ahora, el hombre había tenido la ayuda del Ministerio de Defensa, pero viendo que los resultados eran pésimos, se le retiró la ayuda y Ader decidió abandonar esta empresa tan variopinta que tenía entre manos para aquellos tiempos. Igualmente, todo un pionero en su tiempo.

Seguimos con este interesante museo. La parte de comunicaciones es una pasada porque además de llegar desde el telégrafo, pasando por el teléfono, los móviles, la correspondencia, los ordenadores e internet, también nos da un paseo por la historia de la imprenta hasta nuestros días. A mí me impresionó mucho verlo todo tan completo y con tan vasta cantidad de materiales documentando cada paso por nuestros avances en comunicaciones.

Todo tipo de relojes, desde los más antiguos hasta los más modernos, lo mismo con ordenadores, instrumentos de cálculo, robots, telares, andamios, puentes, los primeros autómatas, barcos, coches, aviones… ¡Es que en este museo puedes encontrar el recorrido por la historia de cualquier cosa!

De hecho, otra cosa que me flipó mucho, y que también me dio algo de mal rollete, fue un león y una serpiente hechos en vidrio. Los pelos, las crines, las escamas, la espuma, las flores… Absolutamente todo lo que compone esta figura está hecho en vidrio. El esmaltador René Lambourg aprovecha la viscosidad y la elasticidad de este material bajo el fuego para hacer hebras de vidrio con las que dar forma a la escultura. La base de la escultura es de cartón reforzado y a ella va adhiriendo las hebras. Esta técnica tan minuciosa ocupó varias decenas de años al vidriero.

 

Este museo se diseña sobre la antigua Abadía de Saint Martin des Champs, por ello, cuando llegamos a la capilla, la escena que se nos presenta delante de nosotros es impresionante. Perfectamente combinados, topamos con una exposición de automóviles desde los primeros diseños hasta hoy en día, cuyo recorrido se entremezcla con la capilla de esta abadía hasta casi llegar al techo. ¡Y en medio de todo ello hay un súper péndulo de Foucault con el que te quedas hipnotizado! De verdad que yo salí maravillada de allí. No me imaginaba tal mezcla de contextos y que pudiera resultar tan sumamente bien.

Yo os aconsejo ir. Fui dos veces. La primera por mi cuenta y me gustó muchísimo. Pero es que la segunda fui con una genial persona conocedora de más de la mitad del mundo de la tecnología, de las matemáticas y de las comunicaciones y me hizo comprender muchísimas más partes del museo. Así que me encantó muchisisisímo más todavía, si cabe.

 

 

El Metro’politain’ de París (parte 1)

¿Quién no ha pisado París y se ha hecho la típica foto de recuerdo en una de las bocas de metro parisinas?

Estoy segura de que el 100% de las respuestas es positivo.

Está muy bien eso de sacarnos la fotita, pero ¿qué se esconde detrás de los famosos letreros del metro parisino?

¡Pues nos vamos a la historia a ver qué nos dice!

Allá a finales del siglo XIX, La Compagnie du chemin de fer métropolitain de Paris (vamos, lo que viene a ser la Renfe o Adif en España) programa un concurso para edificar sus entradas de metro.

Numerosos son los candidatos que presentan sus ideas; pero ninguno fue elegido. Digamos que el concurso quedó desierto.

El propio presidente de la compañía francesa de «Renfe» propone un candidato (¿entonces para qué tanto revuelo con el concurso si al final el señor hizo lo que le vino en gana? Claro, como era el presi…).

¿Os hacéis una idea de quién fue el elegido? Hector Guimard: arquitecto y mayor exponente del Art Nouveau.

Su arte supuso una gran novedad para las clases medias y bajas. Pues hasta entonces, el Art Nouveau lo conocían las clases altas, sin embargo, el metro es para todos y sus bocas de acceso también. Esos rasgos vegetales de la estructura metálica recuerdan a las plantas meciéndose en el viento, y ello nos puede cuadrar perfectamente como una alegoría al movimiento del metro.

A pesar de que no lo creáis, con la llegada del Art Deco dejaron de estar de moda estos famosos letreros de Guimard y destruyeron unos cuantos para dejar sitio a los nuevos diseños.

Afortunadamente, para nosotros y nuestras típicas fotos de turista, en la década de los 60 del siglo XX, se decide protegerlos, quedando los que podemos ver hoy en día: unos 86 cartelitos Art Nouveau.

Os dejo unas cuantas fotos para que veáis el estilo Art Nouveau del metro parisino. O mejor dicho, Metropolitain.

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Nos aparece un competidor. Pues el monopolio del metro parisino no lo tenía la «Renfe» de la que hablamos antes, sino que tenemos otra empresa relacionada con este transporte: Société du chemin de fer électrique souterrain Nord-Sud de Paris. A la cual podemos llamar Nord-Sud o nuestra Feve. Sobre los años 30 la acabará absorbiendo la «Renfe»

Esta empresa diseña un tipo de entrada para las líneas que tenía asignadas. Señalan dónde se sitúa la boca de metro e iluminan el lugar. Estos nuevos carteles se caracterizan por el color rojo del letrero y las letras blancas de la palabra Métropolitain.

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Ahora vamos a irnos a principios del siglo XX, sobre la década de los años 20. Por aquellos tiempos lo que se buscaba era señalar e iluminar los accesos al metro más claramente. De esta forma surge el Candelabro de Val d’Osne.

La diferencia con nuestro anterior cartel es que ya no encontramos la larga palabra Métropolitain, sino que comienza a dejarse ver el famoso Metro.

Ese nombre de Val d’Osne se debe a su fundición (del hierro) en el valle del mismo nombre.

Lo que tiene de particular este ornamento del Metro es que casi todos han desaparecido a día de hoy.

Son más comunes los candelabros Dervaux, cuya única diferencia con el de Val d’Osne es que la decoración que rodea el letrero es mucho más simple. Esta evolución más simplificada y minimalista se presenta a partir de la mitad de la década de los 20.

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Como dato curioso (una pena que no tenga ninguna foto) es que encontramos conviviendo juntos los dos estilos en varias bocas de metro, el Art Nouveau junto al Art Deco.