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La desilusión de la tumba de Julio Verne, padre de la ciencia-ficción

Como estoy leyendo Un capitán de quince años de Julio Verne, me acordé de que en nuestro viaje a Amiensno nos quisimos despedir de la ciudad sin visitar la tumba de este célebre escritor.

Al ser lo último que nos quedaba por ver de esta ciudad tan sumamente preciosa, de la que salíamos con el coche paramos en el Cimetière de la Madeleine d’Amiens.

La verdad que el cementerio era precioso. La humedad hacía que gran parte de las tumbas estuvieran cubiertas por un manto mullido de musgo y la paz que se respiraba era todo un privilegio. El ambiente era totalmente romántico y decimonónico, con un aire decadente, bohemio y bucólico digno de la mejor escena de enamorados caídos en la desgracia.

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Recordemos que Julio Verne fue un escritor francés nacido en el siglo XIX.

Su fascinación por el mundo de alta mar le viene de su madre, pues su familia materna era de adinerados navegantes.

De bien pequeño, unos 6 añitos, comienza a recibir lecciones de la viuda de un capitán de barco. Con la «suerte» de que a los 11 años le da la embolia y se le mete en la cabeza que tiene que enrolarse en un barco como grumete y tirar, por ejemplo, a la India.

Obviamente, siendo tan pequeño este tejemaneje no le salió muy allá porque su padre lo pilló y lo debió de coger por la oreja y pa casa.

Algo no iba muy allá en esa cabecita cuando está obsesionado por viajar (que yo ahí la verdad que lo entiendo) y también le vuelve loquito su prima [¿En serio Julio?].

Dejando a un lado las excentricidades, su padre quiere que siga sus pasos y que estudie Derecho y lo ejerza. No estoy haciendo ningún spoiler cuando digo que el buen hombre no logró meter al hijo en vereda.

Sí que es cierto que nuestro querido J.V. se licencia en Derecho pero prefiere, y con mucho acierto y suerte para nosotros, dedicarse a la escritura.

En este proceso de selección de profesión, J.V. se nos vuelve bohemio y, al ir a estudiar a París, acentúa esa tendencia, además del arte de la escritura.

Después de licenciarse contrae matrimonio y se le acaba el chollo de la vida bohemia. Tiene que empezar a trabajar en serio para sacarse las castañas y, después de ser agente de bolsa, logra hacerse un hueco en el mundo de los viajes y la escritura, sus dos vocaciones.

Como yo no me quedo a gusto sin contar alguna excentricidad más de este hombre, añado que J.V. se hizo con 3 yates a lo largo de su vida y a todos los bautizó con el mismo nombre: San Miguel. La elección de este nombre no es aleatoria, sino que se debe a que el único hijo que tuvo se llamaba así.

Ahora ya sí que dejo su vida a un lado y me centro en su obra, que es por lo que lo recordamos hoy en día.

Al nacer en el siglo XIX en Nantes (Francia), podemos pensar que su escritura es de estilo romántico, realista o naturalista. Sin embargo, no es ninguno de los tres y, por otra parte, presenta los tres estilos a la vez.

¿Cómo se come esto?

Pues que es el padre de la ciencia-ficción.

En su obra destaca principalmente la temática de aventuras. Dentro de sus narraciones, encontramos influencias de los estilos mencionados y también de los ilustrados, puesto que es lo que estudia en su formación.

Se puede contemplar una progresión en su obra, siendo el principio de sus creaciones mucho más optimista que lo que le sigue. A medida que va consiguiendo bagaje profesional, logra una gran pericia al guardar documentación, de manera que se crea un sistema de fichas donde registra los nombres de flores, insectos o árboles de la regiones más dispares de mundo y con un altísimo grado de exactitud. [Esto a mí me parece otra excentricidad, aunque he de decir que yo colecciono marcapáginas, que también son papeles en forma de ficha, ¿no? XD].

Necesito otra excentricidad más. Ahí va.

Tiene un sobrino un tanto desequilibrado que se llamaba Gastón. Y con ese nombre la balanza únicamente se puede inclinar hacia el drama. El demente Gastón le dispara dos balazos a J.V. dejándolo cojo de por vida.

Finalmente, J.V. muere en Amiens en 1905 hecho un cuadro, cataratas, medio sordo y diabético.

Es enterrado en la propia Amiens porque allí decide establecer su residencia después de tanto viajar por el mundo. De hecho, es concejal de la ciudad durante 15 años.

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Una vez que fallece, lo entierran en el Cimetière de la Madeleine y, [¡atención excentricidad!], le hacen una máscara mortuoria para crear más tarde un monumento e inmortalizar su figura.

De esta tarea se encarga el escultor Albert Roze y crea un J.V. que emerge cual zombie de su tumba deshaciéndose de las mortajas y rompiendo la lápida con la mano y el brazo estirados hacia el cielo que está tocando la luz celestial… BLA, BLA, BLA.

Ilusas de nosotras, habíamos visto que su tumba era preciosa, así que fuimos al Cementerio de la Magdalena y nos dispusimos a encontrarlo.

Después de echar la vida en el cementerio buscando la tumba, nos la encontramos tapada por una lona para que no se estropeara con las inclemencias meteorológicas.

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Así que con esto y un bizcocho, nos fuimos como llegamos.

¡Hasta la próxima!

Ángel sonriente y Ángel que llora. Rouen y Amiens

He tenido la oportunidad de conocer la maravillosa ciudad de Reims y de poder visitar algunos de sus más emblemáticos símbolos, como lo es el Ange au Sourire o el Ángel Sonriente.

En el pórtico de la gran Catedral de Reims, el cual pertenece a una fachada de unas 2.000 estatuas, se encuentra, con un aire super apacible, una serie de ángeles cuyas caras son risueñas por completo. En concreto, uno de esos ángeles se erige como icono francés durante la Primera Guerra Mundial, simbolizando así el ingenio francés y aquello destruido por los alemanes.

Entre el patrimonio destruido a causa de la guerra se encuentra nuestro ángel protagonista, el cual data de la primera mitad del siglo XIII y, durante la guerra ya citada, es «decapitado» durante el incendio de la catedral y posteriormente restaurado.

Decapitado o no, representa a San Gabriel, y sus alas extendidas hacen de esta representación religiosa una rareza escultórica dentro del arte gótico.

Hasta principios del siglo XIX nuestro ángel protagonista es testigo de las coronaciones de los monarcas franceses, en 1914 de la Primera Guerra Mundial, en 1991 de la inclusión de la propia catedral de Reims en el Patrimonio de la Humanidad, u hoy en día de los miles de turistas que se acercan a contemplarla con toda tranquilidad e ilusión por acercarse a este trocito de historia.

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Catedral de Reims

Casualmente, unos meses después conocí la estupenda Amiens. Y cuando vi que en su catedral también había un ángel, pero en este caso triste, me llené de alegría. Sin saberlo se habían cruzado en mi camino dos grandes símbolos franceses de la Primera Guerra Mundial que para mí están completamente relacionados, pues uno es el Ángel Sonriente y el otro el Ángel que llora. Dos sentimientos y expresiones que todos conocemos, pues cada día nos batimos entre la tristeza y la alegría en esto de vivir.

Este ángel, como ya indican su nombre y su pose, tiene un trasfondo más triste, pues simboliza el dolor de los huérfanos de una casa de caridad, a cuyo cuidado se encontraba el sacerdote de la catedral. Se llamaba l’École des enfants bleus.

El ángel se encuentra sumido en un gran dolor y, como podemos ver en la imagen, la simbología acompaña la atmósfera que lo envuelve. A la izquierda hay un reloj de arena representando lo breve que es la vida. Bajo su codo, una calavera nos muestra la muerte.

Este ángel es más tardío que nuestro Ángel sonriente, pues data de mediados del siglo XVII y pertenece al grupo escultórico ideado para el mausoleo del canónigo Guilain Lucas de Genville. El pueblo de Amiens le profesa un gran cariño y es durante la Primera Guerra Mundial cuando se expande por completo su fama, pues los soldados se ampararon en él, lo protegieron con una gran barricada de sacos de arena y mandaron múltiples imágenes, fotos y postales en su correspondencia con sus allegados.

El Ángel Sonriente y el Ángel que llora son para mí dos esculturas que han enriquecido enormemente mis andaduras por Francia, pues no sabía de su existencia y sin querer, ambos se toparon en mi camino. Haciendo de esta casualidad del destino un bonito encuentro entre lo que es viajar y lo que es empaparse de cultura a donde quiera que vayas.

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Catedral de Amiens

Me llevo un gran recuerdo de los dos y sentimientos encontrados, pues mucho sonrío por haberlos visto y mucho entristezco por no poder volver a verlos todas las veces que quisiera.