La «lápida» de Wilde llama la atención por su tamaño y su forma. Cuando damos con ella entre los diferentes paseos del cementerio, nos encontramos con un gran bloque de piedra de 20 toneladas de peso. Esta escultura es obra de Jacob Epstein y representa una esfinge con las alas abiertas. Probablemente el artista se inspirara en el poema «La esfinge» del dramaturgo irlandés.
Entre los datos curiosos relacionados con esta sepultura tenemos que los funcionarios parisinos consideraban ofensiva la lápida por el desnudo de la esfinge y el desproporcionado tamaño de sus testículos, así que intentaron taparla. Más tarde, unos gamberros arrancaron sus genitales y no fueron encontrados ni tampoco restituidos.
Otro dato interesante es la «tradición» que envuelve el lugar. Desde los años 90 se rinde homenaje a este literato plasmando un beso en la escultura. Las marcas de pintalabios fueron deteriorando el monumento, hasta que se decidió poner unos cristales que impidieran besar la piedra. Igualmente, la gente continúa besando el muro acristalado.
Yo no tengo ninguna foto con ningún beso en el cristal, todo lo contrario, bien limpito todo.
Como vemos, la irracionalidad que desata la pasión de un beso puede destruir hasta la más dura piedra o, dicho a lo popular, el diablo de tanto abrazar y querer a su madre la mató.
Tal día como hoy, un 16 de octubre de 1793, es sacada de su prisión de La Conciergerie de París la reina Marie Antoniette tras unos 9 meses de cautiverio para ser guillotinada en la Place Concorde. Porque sí, la Conciergerie parisina fue una cárcel, entre otras muchas cosas, y hoy en día alberga una reproducción de la supuesta celda de esta reina francesa.
Una de las celdas de La Conciergerie
Ubiquemos un poquito a este famoso personaje de la historia moderna de Occidente.
Marie Antoniette fue reina consorte de Francia en el siglo XVIII al contraer matrimonio con Louis XVI. Una vez que nombramos el siglo XVIII seguido del país vecino, se nos viene a la cabeza la Revolución Francesa, hechos con los que se da fin en Historia a la Edad Moderna y da comienzo la actual Edad Contemporánea. Otro de esos hechos a los que aludimos es el fin del reinato despótico de Marie Antoniette y Louis XVI. Pero todo esto ya lo estudiamos en el instituto.
Tumba de Louis XVI con el grabado de su testamento en la Chapelle Expiatoire de Paris
Pasemos a cosas más interesantes.
Leía el otro día sobre los poufs de París. Marie Antoniette llega a la capital parisina en 1770 y es una gran figura para la moda del XVIII. Para destacar entre toda la sociedad (no le bastaba con lo de ser reina) pide a sus peluqueros y modistos que le preparen las mejores galas, entre ellas los poufs. Sabemos que a veces la moda puede ser un tanto esperpéntica y este caso no iba a ser menos. Esos poufs consistían en unos peinados descomunales en los que se daba volumen y forma al cabello para realizar figuras con diferentes elementos decorativos en la cabeza.
Para que veáis que no exagero os dejo unas fotos tomadas de Arcanum Paris. Hasta barcos se ponían en la cabeza. Sí que debían de tener unos cuellos fuertes, ja, ja, ja.
Para saber más cosas sobre ella y sobre su desafortunada muerte, sabemos que no quiso recibir la extrema unción y que fue enterrada en el Cementerio de la Madeleine con la cabeza entre sus piernas. Si es que estos franceses son de lo que no hay…
En el cuaderno de ejecuciones del día en que la guillotinaron, quedó reflejado que, de la que subía al lugar donde fue guillotinada, tropezó y cayó sobre su verdugo, a quien pisó y educadamente le pidió perdón.
Ahora con el tema coronavirus nos vamos haciendo a la idea de que en las celebraciones y bodas no han de juntarse muchas personas, sin embargo, en el siglo XVIII y para personajes tan importantes en las cortes europeas, lo del aforo limitado era un concepto que no iba acorde con ellos. Se dice que hasta unas 30.000 personas festejaron el matrimonio de Marie Antoniette y Louis XVI y que unas 30 murieron aplastadas y asfixiadas por el jaleo, jolgorio y barulle que liaron. (Nota mental: tenemos que aprender de cómo se hacían las fiestas antes)
Pasando a un tema que me toca más de cerca, os voy a hablar un poquito de la Chapelle Expiatoire o Capilla Expiatoria. Es un lugar donde se rememora el Antiguo Régimen y la Revolución, descansando en él tanto Marie Antoniette como Louis XVI.
Como podéis ver en las fotos, el estilo es neoclásico y romántico y, en esa zona, es donde se encontraba el Cementerio de la Madeleine, el cual, si recordáis, es donde estaban los restos de los reyes, los cuales exhuman para depositar donde se encuentran ahora, en la Catedral de Saint Denis.
El jardín tan bien cuidado y perimetrado con diversas tumbas alberga los cenofatios que honran a los guardias suizos fallecidos en 1792. Además, se comenta que entre los restos que hay en esta capilla se encuentran los de personajes tan emblemáticos como Robespierre, madame du Barry, Olympe de Gouges o Carlota Corday, entre otros muchos de hasta unas 500 personas que fueron guillotinadas en la Place Concorde.
Os voy a contar un poquito la experiencia en este maravilloso lugar.
El tiempo que estuve en París me enganché a la cultura cual si fuera droga. Siempre que tenía la oportunidad me metía en un barullo de gente para pasear por diferentes museos o lugares históricos y empaparme de la carga histórica del lugar. Siempre estaba a reventar de gente, no importaba el sitio al que fueras que había guiris visitando lo mismo que uno. Hasta que un día de marzo fui a parar a la Chapelle Expiatoire. La sensación de que un lugar era únicamente para mí, que no estaba molestando en ninguna foto, no tenía que hacer cola para leer ningún cartel y que me podía mover con total libertad hicieron de aquella visita un momento de paz, tranquilidad y satisfacción que os aseguro que no se me olvida.
Fijaos lo que me recreé en aquel lugar, que leí los dos testamentos de Marie Antoniette y de Louis XVI. De hecho, el de ella lo volví a releer una segunda vez porque me encantó muchísimo. Transmitía muchísimo sentimiento, en cambio, el del monarca, era más neutral, tipo un documento oficial en el que se plasman una serie de responsabilidades y se tiene que dejar una imagen acorde a la personalidad que se es. Sin embargo, el de ella era como una carta en la que se despedía y pedía que cuidaran de sus hijos, la de una madre que asumía su destino sin terminar de creer que no iba a ver crecer a sus niños. La verdad que me impactó y me llegó bien adentro.
Os dejo una traducción del texto que encontré y ya me diréis si os parece un testamento a la vieja usanza o si no es más bien una carta digna de la literatura occidental con semejante carga emocional.
16 de octubre a las 4 horas y media de la mañana
«Es a vos, hermana mía, a quien yo escribo esta última vez. Acabo de ser condenada, no exactamente a una muerte vergonzosa, eso es para los criminales, sino que voy a reunirme con vuestro hermano. Inocente como él, yo espero mostrar la misma firmeza que él en sus últimos momentos. Estoy tranquila con cómo se está cuando la conciencia no tiene nada que reprocharnos, tengo un profundo dolor por abandonar a mis pobres hijos, vos sabéis que yo no vivo más que para ellos, y vos, mi buena y tierna hermana, vos que por amistad habéis sacrificado todo por estar con nosotros, ¡en qué posición os dejo! Me enteré por los alegatos mismos del proceso de que mi hija ha sido separada de vos. ¡Dios mío! A la pobre niña no me atrevo a escribirle, ella no recibiría mi carta, ni siquiera sé si esta llegará hasta vos, reciba por medio de esta carta, para ellos dos mi bendición. Espero que un día, cuando ellos sean mayores, se podrán reunir con vos y recibir por entero vuestras atenciones. Que ellos piensen en mí y que no deje yo de inspirarles, que los principios y el cumplimiento exacto de sus deberes sean la base fundamental de su vida, que su amistad y su confianza mutua les traigan felicidad, que mi hija sienta que, con la edad que tiene, debe ayudar siempre a su hermano por medio de los consejos que la experiencia le habrá dado a ella más que a él y que la amistad entrambos lo puedan inspirar. Que mi hijo a su vez, le brinde a su hermana todas las atenciones, los servicios que la amistad pueda inspirar, que ellos sientan que, en cualquier situación en la que se puedan encontrar, no serán realmente felices si no están juntos, que tomen ejemplo de nosotros, de cómo en la desgracia nuestra amistad nos ha dado consuelo y en la alegría hemos sido doblemente felices al poder compartirla y ¿dónde se pueden encontrar los mejores y los más queridos amigos que dentro de nuestra propia familia? Que mi hijo no olvide jamás las últimas palabras de su padre, que yo le repito expresamente: “Que no busque jamás vengar nuestra muerte”. Tengo que mencionaros algo muy doloroso para mi corazón, sé muy bien que este niño os ha causado muchas penas, perdonadlo, querida hermana, pensad en la edad que tiene y también en lo fácil que resulta obligar a un niño a decir cosas que no conoce y que ni siquiera comprende, vendrá un día, espero, en que él no tendrá más que corresponderos con todas las recompensas posibles por vuestras bondades y ternuras hacia ellos. Me queda confiaros mis últimos pensamientos, yo quisiera haber escrito desde el principio del proceso, pero no se me permitía escribir, la marcha ha sido tan rápida que ya no me dio tiempo.
Muero dentro de la Religión Católica, Apostólica y Romana, en la religión de mis padres, en la cual fui educada y que siempre he profesado, no teniendo ningún consuelo espiritual, ni siquiera he buscado si hay aquí sacerdotes de esta religión, en el lugar donde estoy se expondrían mucho. Pido sinceramente perdón a Dios por todas las faltas que haya podido cometer en mi vida. Espero que en su bondad Él tendrá a bien recibir mis últimos votos, así como los que vengo haciendo desde hace tiempo para que Él reciba mi alma en Su misericordia y Su bondad. Pido perdón a todos aquellos que conozco, a vos, hermana mía, en particular, por todas las penas que, sin querer, os haya podido causar. Perdono a todos mis enemigos el mal que me han hecho. Aquí, digo adiós a mis tías y a todos mis hermanos y hermanas, a mis amigos, la idea de separarme de ellos para siempre y su pena son uno de los mayores dolores que me llevo al morir, que sepan, al menos, que hasta mi último momento yo he pensado en ellos.
Adiós, buena y tan tierna hermana, ¿llegará esta carta a vuestras manos? Pensad siempre en mí, le envío un beso con todo mi corazón al igual que a mis pobres y amados hijos. ¡Dios Mío! Qué desgarrador es dejarlos para siempre. ¡Adiós, adiós! No me queda más que ocuparme de mis deberes espirituales pues, como no soy dueña de mis acciones, es posible que me traigan a un sacerdote pero yo protesto aquí que no le diré una sola palabra y que lo trataré como a un absoluto extraño”